Estuve viendo este montaje en el Nacional. Su principal interés residía, para mí, en la posibilidad de ver al mismo Robert Lepage en escena. Se trata de una colaboración a tres bandas: El coreógrafo Rusell Maliphant, la bailarina Silvie Guillern y el propio Robert Lepage. Los tres comparten las tareas de creación e interpretación y el resultado no acabó de parecerme estimulante en el sentido de que la suma de tan prodigiosas sensibilidades no consiguió tener el efecto multiplicador que cabía esperar. Lepage, aunque diestro para el movimiento, en ningun momento alcanza la plenitud escénica de un buen bailarin. En Silvie Guillern se produce el efecto contrario, sólo verla desprende un magnetismo especial, pero esta densidad expresiva se queda encerrada en si misma al carecer de una idea común y totalizadora que alimentar (El concepto que desarrolla el montaje no cumple este objetivo). Rusell Maliphant también és un excelente bailarín cuya técnica excepcional en pocos momentos emociona. Es una idea de tres que no han conseguido fundirse. El eje de la propuesta es el género, y la verdad. no se me ocurre asunto más interesante. Tal vez esto, sumado a la devoción que siento por el genio canadiense, generó en mí, y en Juanjo ( que ya está contagiado), unas espectativas desmesuradas. No quiero hacer un comentario crítico del espectáculo, siempre intento esquivar esa tentación; mi reflexión, en este caso y en general, sólo aspira a indagar en el hecho teatral con el simple propósito de contrastar algunas impresiones. Éste intercambio siempre ha sido para mí un modo más de aprender. En este espectáculo se hacía evidente la extremada complegidad que surge de la combinación de dos perspectivas: la del director-creador-coreógrafo y la del intérprete. Salvando las distancias, la visión de este montaje, me produjo una sensación similar a la que he tenido viendo muchas coreografías o espectáculos teatrales en los que el director o la coreógrafa pisaba las tablas. También debo decir que no siempre me pasa esto, en las propuestas más performativas o de mayor implicación todo suele estar muy remezclado y es precisamente esto lo que las hace más valiosas. Bueno, el público, casi mil personas, ovacionó a los artistas. Seguramente ellos sintieron con más intensidad lo que fuera que ocurriese en el escenario. Y eso que estábamos en la primera fila como hacen los verdaderos «fans» que somos y reguiremos siendo.