A lo largo de esta semana me he sorprendido muchas veces pensando en Nuria Espert. En Nuria Espert actriz. Estuve viéndola en el Teatre Nacional el pasado sábado. La Casa de Bernarda Alba. Por las tragedias lorquianas revolotea el genio de su autor para la palabra. Federico -Su risa resonando, su mirada vuelta hacia adentro-. Palabra representada. Palabra con alas, duende, savia… Palabra con espoleta. Al irse hilvanando todo aquello que se dice en escena otra realidad se ilumina en el rincón submarino de tu pensamiento. En ese lugar todo lo que acontece resulta mágico, envolvente, sagrado, maravilloso… Amniótico. Todo entra y sale de ti como el aire que respiras, pero no es aire, es… Una rara densidad. Qué dificil de explicar con palabras. La campanilla de los coturnos que llevaba en La Tempestad, si suena todos caemos en tierra. La insólita destreza con la que se aplicaba el polvo de arroz en Maquillaje. Algo ritual, gestos con un significado tan hondo que no alcanzas a comprender, como en la ceremonia del Té. Los pasos de Núria Espert cruzando el escenario eran los pasos de Dolores Ibárruri caminando por una calle de Moscú a finales de los setenta. Idéntico andar, captado por la cámara en aquel documental que vi solo en casa con 17 años. Dolores. Treinta años después, ese mismo modo de andar. Mujeres inmensas. Venus. Se dice de Bernarda que es un personaje tirano, despótico e hipócrita. Bernarda bajo la piel de Núria Espert se convierte en una mujer compacta, adusta, noble, cincelada por los cien mil años de improperios y humillaciones que la han precedido. Una mujer que sabe perfectamente dónde reside su fuerza, la única fuerza que es posible hacer valer en una socidad pervertida, mogigata e hipócrita, clasista, beata y retrógrada. Liberada de la servidumbre de los sentimientos y de las veleidades de la carne se sitúa en un ámbito que puede parecer extremadamente cruel. Ella quiere arrastrar a sus hijas a ese mundo con la convicción pura de que sólo desde esa posición podrán alcanzar la superioridad que les ha de permitir situarse sobre todas y cada una de las cabezas que las rodean amenazándolas. Toda la fuerza que emana de ella vindica incesantemente respeto y obediencia… si esta fuerza mana del rencor y la amargura nace una Bernarda odiosa y si por el contrario brota de una inteligencia profunda el personaje se vuelve enigmático e interesantísimo porque adivinamos que su modo de obrar responde a una lógica que por muy extraña que fuese, tal vez conociéndola, la podríamos comprender. Este matiz prolonga al personaje de manera que parece no acabarse nunca, haciendo mucho más importante lo que no sabemos de él que lo que sabemos. Parecido es lo que sucede con esta Bernarda Alba que está mucho más persente en escena cuando no la vemos, o por decirlo de otra manera, su presencia cobra una dimensión más alta, más rica, impresionante e irreal . Esto es muy fácil de decir -de hecho suele ser una de las primeras impresiones que transmite el personaje- pero casi imposible de ver. Yo lo vi el sábado y aún sigo deslumbrado. Contribuye sin duda de manera decisiva a este efecto el contrapunto ofrecido por Rosa Maria Sarda (otra deidad de la escena), La Poncia, tan vivida, tan lúcida, tan compleja y al tiempo tan natural como un puñado de tierra. Siendo ama y criada parece muy dificil que ambas consigan hacernos sentir que son una misma cosa. Nunca me hubiera imaginado una simbiosis tan perfecta entre los dos personajes. Ver a dos actrices como estas remover juntas el polvo del escenario ha sido una experiencia absolutamente fabulosa que me ha hecho salir por arte de mágia de un estado de honda decepción con mi entorno teatral más próximo al que no conseguía sobreponerme. Gracias a Rebeca Valls, porque fue la curiosidad por verla a ella rodeada de tan grandes actrices lo que nos impulsó a hacer el viaje de fin de semana para ver el montaje. La Martirio de Rebeca brilla con luz propia y haberlo conseguido rodeada de semejantes monstruosidades demuestra que esta muchacha, además de ser la más alegre y cariñosa del mundo, es una actriz como la copa de un pino rodeno lleno de piñas cuajadas de piñones. Gracias a rebeca al acabar la función estuvimos hablando un ratito con Rosa María Sardà y Núria Espert… Bueno, salí de allí montado en una nube de la que me parece que aún no he bajado. Suerte Rebequita y muchísimas gracias, me sentí como hace ya demasiados años cuando salía del teatro conmovido como un adolescente después de su primer beso.