En los últimos días de agosto, en Manacor, entre cala y cala se ha colado alguna discusión artística. Ya me ocurrió el año pasado, también en Mallorca, en aquella ocasión la controversia artística vino a raíz de la intervención de Miquel Barceló en la catedral de Palma; después de verla no pude superar el hecho de que los grandes bloques de alcilla que la conforman se hubieran agrietado al cocerlos y que el artista hubiera acabado integrando este detalle técnico (o más bien desastre, diría yo) en su posterior discurso explicativo de la obra. Cualquier ceramista lanza a la basura las piezas que han partido al cocer. Tuve el presentimiento de que Barceló se hundió entre tantas toneladas de barro y antes que aceptarlo y replantear la obra prefirió replantear las palabras, que resulta bastante menos laborioso y seguramente más lucrativo.
Esta sensación se acrecentó al poder hablar, por casualidad, con el fotógrafo que hizo el seguimiento de la construcción de la obra y su posterior instalación… no fue una conversación franca y directa, mi interlocutor se perdió en ambigüedades al preguntarle por el horno – que se construyó ex profeso- o por lo que pudiera haber dicho Barceló en un ámbito más íntimo, como si yo en vez de ser yo fuera un periodista malicioso… Aunque esto ocurrió el año pasado éste he vuelto para que Juanjo pudiera ver la famosa Catedral del Mar y contemplándola juntos volví a insistir en el problema que para mi suponía el dichoso agrietado y eso que me había propuesto no hacerlo, pero parece ser que es algo superior a mí: tengo que despanzurrar las cosas, irremediablemente. A Juanjo no le gustó, dijo que no era por lo que yo hubiera podido decir, simplemente no le encajaba aquello allí. Cuento esto porque estas vacaciones he tomado conciencia de esta prodigiosa habilidad despanzurradora que me posee cuando veo una peli, obra de teatro o de arte en general. A mi amiga Cristina Cervià le despanzurré en Girona “Antes que el diablo sepa que has muerto”. Le hice reparar en la insana tendencia del director en recrearse en los aspectos ultra dramáticos de la existencia, convirtiendo la vida de sus personajes en un verdadero infierno de desgracias encadenadas, superpuestas, combinadas, entrelazadas… de tal modo que cualquier mogollón emocional queda desactivado por otro más bestia que siempre le sigue a continuación. En fin, Cristina dio en al clavo al decir que la putada es que mis argumentos le resultaban convincentes y eso le destrozó una película que, antes de mis inoportunas observaciones, le había gustado un montón. Ella La había visto desde dentro y yo desde fuera, con el hipercriticatronic conectado a tope. Yo solo veía defectos formales y ella sencillamente vivió la historia. Soy lo peor de lo peor y he de aprender a tener la boca cerrada, con algunas excepciones, como por ejemplo, delante de aquellas personas que no dan por buenos mis argumentos… Uf! Creo que sería mejor solución intentar rescatar el espectador verdadero que debo tener atrancado en algún pliegue de esos que tiene la nuez del cerebro. Mierda! El susodicho espectador creo que no está en el cerebro si no en el corazón. Cría teatreros!
Como no hice ninguna foto de la polémica capilla cuelgo otras que son fruto de unas averiguaciones prácticas que hice conjuntamente con Juanjo respecto del OBJETO ARTÍSTICO. Queríamos saber si se podían obtener imágenes artísticas de una especie de instalación popular que hay en una fábrica de muebles a la entrada de Manacor. Se trataba de desvelar una perspectiva o manera de ver que no es la obvia, o la más directa con el uso de la cámara y por medio de esta vía acceder a una dimensión más metafórica de la instalación fruto de nuestro experimento. Ya decís vosotros si hemos llegado a algún sitio.
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