Este bichejo acorazado seguro que hace el papel de Lancelot en la versión de Excalibur que se proyecta en los cines de los animales. La naturaleza de este mamífero se ha quedado enganchada en la Edad Media, como le sucede a Paco Trenzano, que anda todo el tiempo a la conquista de Gimena (Erika Garcia), que tal y como le sucede al mismísimo Lancetot, padece todo tipo de pruebas y sacrificios para demostrar su inquebrantable devoción a la amada. También tiene forma y función de armadillo las bonitas pelucas-trinchera que luce Abelillo cuando se atreve a ser él. A ser ella. Ella es una estilización de él y él es el alma de ella. Recubierto va también de una reluciente armadura Sergio Caballero, y su coraza está tan bruñida que todo lo repele, hasta la luz. La cáscara de Erika es más deficiente porque está construida a base de crueldad, una crueldad que administra a modo de insecticida, como si fuera su último recurso para matar el amor, amor que engancha y limita, amor para cobardes. Ella no quiere ese amor.
Cuatro personajes nacidos en el imaginario de Abel Zamora que se tornan reales por obra y gracia del teatro y de sus hacedores; un grupo de amigos que con la entrega y la intensidad que aportan a sus interpretaciones nos hacen sentir el inmenso valor que otorgan a su trabajo. Un montaje de actores, creado con la noble intención de vivir y hacer vivir la experiencia pura y simple del teatro. Un montaje al margen de voracidades comerciales, vacuos entretenimientos e interesadas estrategias políticas.
Me gusta ver a Abel, desde lejos, enredado en estas tareas, gestionando con ilusión su talento juvenil, subido en la nave de conquistar vidas maravillosas, sin estar seguro del camino pero teniendo muy clara la dirección.
Los armadillos son todo coraza… Todo vulnerabilidad.
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