La pasada semana estuve viendo la última producción de la compañía La Pavana en el teatro Talía. El patio estaba muy animado y aunque se respiraba un ambiente de curiosidad la expectación no llegaba, como a veces sucede, a extremos tales que la sola aparición de determinados actores en el escenario provocara la carcajada general e injustificada. Esta fenomenología que surge habitualmente de la sabia y productiva combinación de teatro y televisión no se me hizo muy evidente, en ningún momento se rompió lo que para mí es el ambiente propio y natural de un patio de butacas. Por lo demás viví la función de manera bastante incalificable. En todo momento me poseía una rara tensión analítica del todo insoportable. Ahora sé que era una reminiscencia de mi proceso personal en la creación de La Dona Irreal que habíamos estrenado apenas una semana antes, pero en ese momento no conseguía racionalizar nada, sólo mi desorientación; no sabía si me estaba horrorizando o fascinando, ni siquiera fui capaz de ser educado con Rafa Calatayud o Juli Disla al saludarles al finalizar la representación haciendo algún comentario sobre su trabajo, a todas luces impecable. La propuesta estética y de contenidos era tan opuesta a todo lo que yo había estado desarrollando en los últimos meses que me colapsé. Luego, poco a poco, he conseguido, creo, ver todas las cosas interesantes que suelen brotar del encuentro Durang-Calatayud. Al ser uno de los primeros textos del norteamericano (quizá por ello bastante más caótico, inconexo y débil de estructura que los más recientes Bebé o Terapias) se hacía más evidente la maestría de Rafa en la composición. Por lo demás siempre da mucho gusto teatral ver a los actores tan entregados a su labor, tan enredados en sus personajes que no parece que vayan a encontrar la manera de separarse de ellos para irse a dormir, en particular Mamen García ,que quiere tanto a sus personajes que parece siempre que al final hayan decidido quedarse a vivir con ella o en ella. Siempre tengo la misma impresión, incluso cuando la veo en la terrible serie televisiva en la que habitualmente aparece: tiene el talento de sobreponerse y trascender incluso la ficción en la que su personaje debiera integrarse… El machismo, la caspa o la mojigatería quedan desactivados por obra y gracia de su natural dignidad. Ese señorío de actriz, de dama de la escena valenciana, debiera granjearle el amor y el respeto de todos cuantos compartimos espacio, tiempo e ideología teatral con ella. Mucha suerte en esto y en todo lo que se te ocurra hacer MAMÁ UBÚ.
Por cierto, aunque no tenga nada que ver… Me da bastante rabia envidiosa o envidia rabiosa que este espectáculo esté cuatro semanas en el Talía y nosotros sólo estemos una miserable semanucha de mierdra en l’Altre Espai. Este Mayordomo nos tiene machacados!!!!
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