Ayer teníamos la primera función abierta al público en general en el Teatre Micalet y no vino nadie. El actor sueña que olvida el texto al salir a escena, el sacerdote que pierde la fe, el profesor que se queda sin voz, el político que pierde las elecciones, el carpintero que se amputa un dedo, el cirujano que pierde al paciente, la bailarina que resbala en su propio sudor, el músico que se vuelve sordo, el poeta que se vuelve loco…
No quise darle importancia en el momento, al fin y al cabo llevamos muchas funciones en el cuerpo, la mayor parte de ellas satisfactorias. El resorte se activa misteriosamente y el público, en mayor o menor medida, ocupa su lugar en el patio de butacas. Pero llega un día en el que no amanece y miras al cielo con incertidumbre, deseas de todo corazón que se trate de un eclipse y que el sol no se haya apagado para siempre.
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