Este hotel en el que nos alojamos tiene algo de irreal. Nos han dicho que se inauguró a mediados de los setenta pero la arquitectura y la decoración parece adelantarse al estilo característico de esa década. Seguro que se trata de una decoración avanzada a su tiempo aunque este avance parece haberse orientado en una dirección distinta a la que tomaron las artes decorativas en general en el resto del mundo. El caso es que después de treinta años el hotel apunta conceptos estéticos que son de rabiosa actualidad. Supongo que es un efecto producido por la tendencia que ahora tiene la gente joven de recuperar los ambientes, los materiales y los colores de los sitios de su niñez. Ámbitos que han acabado sublimando una estética extraviada y profusa en despropósitos.
Seguro que en este hotel abundan las ideas despropósito. Interpreto que son justamente éstas las que ahora adquieren una inusitada modernidad. Todo el tiempo tengo la sensación de que nos hemos perdido dentro de una secuela de La Naranja Mecánica.
Pero lo más sorprendente no es el interior sino el exterior; abres los ventanales de la habitación para salir a la terraza y, de repente, oyes entre las estridencias típicas de una gran ciudad la voz amplificada por los megáfonos de los “muyaidines” llamando a la oración; el efecto sonoro desde aquí arriba es impresionante, todas las voces se diría que han caído por una grieta abierta en la bóveda celeste y que ahora reverberan sobre la ciudad.
Son las siete de la tarde en el Hotel El-Aurassi. Un edificio gigantesco que domina la ciudad desde lo alto de un cerro. Desde aquí arriba se ven parpadear las luces que se acumulan en los bordes de la bahía de Argel. Una Ciudad blanca y populosa; intrincada y azul. Aquí viven mas de cuatro millones de personas. Hoy jueves 13 de diciembre hemos representado en una sala del centro nuestro espectáculo Kraft. Argel es la capital de la cultura islámica este año y nuestra actuación es una contribución de la embajada española a esta celebración.
La platea de La Salle El Mougar estaba casi llena. Al empezar estaban ocupadas la mitad de las butacas pero a lo largo de la representación ha ido llegando gente que entraba en silencio y ocupaba los asientos vacíos. La mayoría del publico eran mujeres y niños… Al mirarles a los ojos desde el escenario durante la representación te sorprendía el brillo de lo extraordinario. Notabas que para ellos el juego que les proponíamos desde la escena despertaba una fascinación muy rara de ver, muy distinta a la que normalmente apreciamos en el publico.
Llegamos ayer a la ciudad, lo mas extraño del itinerario aéreo fue el tener que ir a Madrid para coger otro avión que de camino a Argelia volvía a pasar por encima de Valencia. En un vuelo directo Valencia – Argel se debe tardar poco mas de media hora. Todo el tiempo pensaba en lo desconocido que es para todos nosotros un país que en realidad está a un tiro de piedra. El vuelo fue muy rápido. Salimos con retraso de la T4 y el Capitán quiso recuperar tiempo poniendo el avión a toda leche, y lo que es peor, descendiendo en picado sin pisar para nada el freno con lo que mis tímpanos apunto estuvieron de estallar; y si no lo hicieron fue gracias a los mil veinticinco bostezos que tuve que hacer durante el maldito descenso en vertical.
Sentado en el avión miraba de reojo la primera pagina de El País con una gran foto en la que se veía el esqueleto de un edificio reventado por una bomba. El diario lo estaba ojeando mi vecino de asiento y antes de que pasara la página pude leer el titular que acompañaba la foto y que hablaba de setenta muertos en un atentado cometido por dos terroristas suicidas en un barrio residencial de Argel. Este era nuestro destino. Silvia, de la Embajada Española, me había llamado el día anterior dándome la noticia al poco de suceder. Nos telefoneó para prevenirnos y tranquilizarnos al tiempo que nos transmitía la decisión del equipo que había organizado nuestra representación de seguir con todo tal y como estaba previsto. Le dije que no se preocupara por nosotros; que si ellos, estando en el país consideraban que no había un riesgo real para nosotros, nos tendrían allí cargados con nuestro espectáculo de papeles arrugados al día siguiente.
Después de la función Silvia y nuestro acompañante argelino, cuyo nombre no me atrevo a transcribir, nos han llevado a un restaurante a comer cuscús. Nos hemos puesto como el quico. Se nota que es un plato que conecta con lo mas profundo de nuestra ancestralidad gastronómica (llámese puchero). Por la mañana habíamos estado tomando unos refrescos sentados en una terraza mientras Silvia nos hablaba de las complicaciones administrativas que comporta la obtención de papeles que te permitan vivir y trabajar en el país y de las estrictas restricciones que padecen las mujeres para acceder a los espacios públicos.
Volviendo al hotel en coche he visto una Mezquita con sus puertas abiertas de par en par, una farmacia con el mismo anagrama que tienen las farmacias españolas pero con una media luna verde en vez de la cruz, hombres, mujeres y hasta familias enteras que se lanzaban como verdaderos kamikazes contra los coches para poder cruzar la calle, antenas parabólicas en todos los balcones, un cordero atado a una verja, paneles de azulejos, ficus, cocoteros, palmeras…
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