En 1991 seguro que pasaron muchas cosas importantes: creo recordar que murió Freddie Mercury, que se puso fin al Apartheid… Hechos con resonancia, hechos grandes para una historia que abarca medio mundo. Pero aquel año también sucedieron pequeños acontecimientos que se entreveraron con estos otros tan relevantes y que ahora resultan imprescindibles para tejer la memoria de unos cuantos; pocos, seguramente, pero próximos y reconocibles porque con ellos nos esforzamos en construir esa parte de la historia que caía del lado de nuestra responsabilidad.
Uno de aquellos esfuerzos creativos datado en nuestro 91 fue el espectáculo Quijote; una palmada fuerte sobre una mesa de representación negra para reclamar la atención de los que practicaban y apreciaban un Teatro de vuelo alto. Ya llevábamos 10 años pisando escenarios polvorientos y acumulando kilómetros de sensatez y parece ser que sentimos que había llegado el momento de excitar ese rincón de nuestro imaginario dónde duermen los anhelos insatisfechos. Y nos lanzamos con la intención de procurarnos un pequeño momento de gloria o el consabido y previsible batacazo. Y es que por primera vez sentíamos que nos lo podíamos permitir. Ya ves tú, después de 10 años, qué juventud tan prudente, la nuestra.
Y nos pusimos a hacer pruebas y a construir artefactos mientras leíamos el Quijote de Cervantes. Y le pedimos al inpensable y volatil Carles Alfaro que nos encarara, que nos divagara, que nos removiera… Que nos observara, en definitiva, de aquella manera exclusiva, como boscosa…. Que ahora le atribuyo en el recuerdo. Nos dijo: -probemos si queréis pero no esperéis gran cosa de mí porque esto de los títeres es un mundo que desconozco.
Y también le pedimos a Joan Cerveró su contribución sonora que cuajó en una composición un poco descompuesta, solo un poco, como la fantasía de Quijote. Su partitura se ha convertido a lo largo de estos años de representación en el eje sensorial donde nos hemos agarrado invariablemente en cada inmersión. Y son centenas. Y con Joan aprendimos, probablemente gracias antes a John Cage, el valor del silencio, la importancia de la nada. Y también hemos acabado aprendiendo que la música es otra magnitud teatral y no un pulsador de sentimientos.
Luego estábamos los intérpretes: el joven Ion Ladarescu, caído de la Rumanía Comunista que acababa de deshacerse del dictador; aprendiendo el idioma, los títeres y la vida en esta parte de la nueva Europa del sur atiborrada de artículos en exposición infinita. Le veía recorrer los grandes almacenes aquellas Navidades y pensaba que no podía existir Sancho Panza más genuino y contemporaneo en el mundo a pesar de sus ojos azules y esa figura magra de Quijote.
Y yo mismo… de quien no sabría que rescatar más allá de la candidez y del idealismo que ahora, 25 años después, me siento capaz de identificar -básicamente porque siento el vacío de su ausencia- y relacionar con la nobleza de espíritu que todos reconocemos en el inefable personaje cervantino.
Y estaba Josep Policarpo intentando ayudar en todo e iniciando lo que ya se adivinaba que sería su campo de acción: cuidar de la compañía; dinamizar el equipo, aterrizar desvarios y prevenir incidencias. Y cuando remitia el trabajo retomaba las visitas a la Facultad de Filología… Aunque el exceso de trabajo acabó poniendo a prueba su constancia pero ésta acabó saliendo más que confirmada del reto y lo pudimos celebrar.
Quijote ha discurrido por estos 25 años como la vida misma, nuestra vida… Con él hemos visitado lugares más allá de lo que núnca hubieran podido imaginar aquellos titiriteros de plaza y furgoneta. Lugares geográficos pero también mentales. Sin darnos cuenta, función tras función, esta pieza ha adquirido una importancia tal que de aquella experienca y de la progresiva asunción de sus misterios se ha ido formando la sustancia de nuestro ser teatral.
Siempre que me preguntan por el momento de la creación de este espectáculo como esperando que desvele la clave de su singularidad y su capacidad de permanecer fresco y vigente después de tantos años me viene hablar de juventud, inconsciencia e inspiración. Conservo una sensación amable y fluida de aquel proceso, libre de angustias e inseguridades, todo fue, no sé como decirlo… ¿Comprensión? Comprender y creer en el otro. Eso, creo que fue eso.
No quiero dejar de nombrar a David Durán, Àngel Figols y Ángeles González que ahora mismo forman parte indisoluble de este Quijote nuestro. Llevan tanto tiempo de convivencia con él. tantos vuelos, tanta vela consumida iluminando sus rostros por los escenarios del mundo que tan solo hace falta una mirada para provocar una cascada.
Y mañana mismo, unos u otros, continuaremos dejándonos manipular por estos dos títeres de madera y trapo para que alguien nos vea y nos viva.
Jaume Policarpo