Ayer estuve viendo (en un local que hasta hace poco había servido para el entrenamiento de boxeadores y ahora lo ocupan un grupo de artistas plásticos), en la calle Sevilla, una performance promovida por David Finelli, coreógrafo y bailarín que se ha instalado hace relativamente poco en Valencia e imparte clases en la escuela de María Carbonell. Improvisaban cuatro bailarines a partir de la sonoridad y las sugerencias provenientes de la lectura de Metafísica de los tubos de Amelie Nothomb. La lectura estuvo a cargo de una guapísima y sugestiva actriz francesa; Anaïs Duperrein que resolvió la compleja labor con naturalidad y desenvoltura. El hecho de que yo estuviera allí, queridos compañeros, no responde a ninguna confluencia indescifrable de los astros, se debió, más bien, al hecho de que Juanjo (Si, juanjito el de la Britney) conocido artísticamente en los ambientes serios por Juanjosé Ochoa, participaba de la susodicha creación sentadito al piano, improvisando tal y como lo hacian los demás, es decir, intentando extraer del clavinova sustancia sonora que pudiera canalizar las distintas energías y emociones que allí se iban activando con la progresiva intervención de unos y otros. Este tipo de propuestas siempre me resultan fascinantes. El hecho de que un grupo de personas, bailarines, músico y actriz, en este caso, se junten con el sencillo objetivo de provocar una experiencia nueva, tanto en los mismos intérpretes como en el público, me parece el más noble de los propositos de este oficio nuestro. En realidad, así nos pasamos la vida algunos, buscando esa experiencia maravillosa e inexplicable que de sentido a esa manía infundada de buscar y buscar para que una vez conquistada nos pueda acompañar siempre. (Esto último me ha quedado unpoco rimbombante y metafisicoso. Catxis en la mar! Asín soy yo)
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