Es genial el ritual que supone colarse en el teatro de la Abadía. Esperé fuera hasta que todo el mundo con entrada de la buena estuvo sentado y la jefa de sala consideró, atendiendo a razones altamente misteriosas, que podía ocupar el sitio que ella, con su diligente dedo índice, me señalaba. Tuvo la deferencia de colocarme justo al lado de Alberto San Juan y su novia, a los que no osé mirar ni siquiera un segundo, no por mi natural discreción sino porque no podía quitarme de la cabeza las fotos del autor del buen texto que iba a oír y su acompañante follando desinhibidamente en la playa. Fotos que ocuparon la pantalla del ordenador de la oficina hacía tan sólo un par de semanas gracias a la pericia escrutadora de Ángeles o de alguna de sus compinches habituales en estas tareas inconfesables. Me encanta el ambiente elitista, intelectualoide y megasofisticado de la Abadía. Para los pueblerinos como yo este es el teatro ideal. Sólo hay que ver su eslogan: Teatro de La Abadía, el placer inteligente. ¿No es la hostia?
Gloria, la jefa de sala, no me reconoció en un primer momento, ya hace cinco años que estuvimos justo en navidades haciendo el Quijote. A mi, la verdad, todo me evocaba aquellas semanas con David trabajando y divirtiéndonos en una ciudad que nos parecía la capital del mundo. Se apagaron las luces y empezó “Argelino servidor de dos amos” una coproducción de La Abadía con la compañía Animalario. El montaje tuvo momentos increíbles gracias a los actores que defendían sus personajes con tal destreza y convicción que el escenario estuvo las dos horas y media rebosante de genio interpretativo. Había mucho trabajo de carpintería, mucha precisión en la construcción de los personajes y de ciertas situaciones y conflictos, mucho esfuerzo en conseguir un lenguaje intenso, comprometido y directo, mucha teatralidad en definitiva. Lo que me resultó más deslucido fueron los aspectos plásticos de la puesta en escena: elementos escénicos, luces, vestuario, etc. Todo tenía una función meramente práctica o ilustrativa en la obra y cuando se pretendía que algo cogiera vuelo –como el plástico del principio o la bolsa de basura a la que Pantalone le atizaba con un bate- resultaban muy obvias las intenciones o muy manido el recurso. Y los temas musicales que interpretaban los actores a capela eran lo peor, no entiendo la elección de canciones architrilladas. Puede que fuera precisamente eso lo que se buscaba y no comprendí la razón, existen mil canciones populares bonitas. He de decir que estos pequeños detalles no me impidieron en lo más mínimo disfrutar de una propuesta honesta y contundente que trasmitía en todo momento un apego a la vida conmovedor. El protagonista era un argelino y se me hizo un tanto extraño por el hecho de haber estado hace tan poco en Argelia y haberme sentido yo el extranjero en su tierra. Hay algo errado en la bienintencionada exposición que solemos hacer sobre la explotación de que son objeto los inmigrantes en nuestro país. Siempre se atisba un fondo de condescendencia irritante. Es fácil ir de guay y apuntarse a todas las causas nobles… Bueno, me paro aquí porque sino ya me veo despotricando de “Caótica Ana” que es el caso más flagrante que he visto últimamente de ponerse de parte de todas las minorías oprimidas existentes bajo la faz de la tierra usando los millones, los medios e incluso el género de la mayorías opresora. Con esto de la sensibilidad social se me va la pinza… Me lo tendré que mirar.
En la sala José Luís Alonso del mismo teatro se estaba representando un Burlador de Sevilla Portugués con el soporte escénico de un antiguo teatro de papel. Tenía mucha curiosidad por ver el montaje ya que durante un par de meses compitió con nuestro Kraft por ocupar este espacio en estas fechas navideñas. Es evidente que Ronald Brower acabo inclinándose por la opción gala. Preferí colarme en El Argelino pero un amigo que había visto El Teatro de Papel me dijo que resultaba bastante aburrido y un tanto inapropiado para los chavales, sonreí pérfidamente por debajo de mi gran nariz en un primer momento y luego me quedé pensando en los motivos por los cuales los responsables de programación habían preferido el Don Juan: Llegamos a pensar que el nuestro es demasiado gamberro para un sitio tan refinado pero no se me ocurre nada más gamberro en términos clásicos que el D. Juan, así es que esta teoría no parece muy acertada… Seguiremos especulando por alimentar esta incontinente morbosidad de concursantes tan teatrera y tan humana. Y conste que me siento incapaz de cuestionar -en público- ninguna elección con matices artísticos; aunque en privado lo haga constantemente.
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