El pensamiento ocupado durante meses en la transposición de ciertas ideas complicadas sobre las personas, la consciencia sobre si mismas. El sentido de la vida. La asunción de la muerte. La naturaleza de lo que llamamos realidad. El tiempo. La ciencia y la trascendencia. Crear una obra de teatro. Explicarte en todo momento. Los demás te han de seguir, han de creer en ti. Quería hablar de todo aquello que me sorprendí sintiendo hace un año, tal vez dos… Son tres. La experiencia nueva de un intenso vínculo con la vida cuya naturaleza no alcanzaba a comprender aunque supiera de los acontecimientos que la habían originado (todos ellos relacionados con la muerte). Nadie quiere hablar de ello, se esquiva el asunto, no se encuentran las palabras. A mi también me cuesta mucho encontrarlas, quizá por ello, nos ha costado tanto afinar las que resuenan en escena. Ahora siento la atención que todos me han dispensado. Inmerso como estaba en la dinámica de la creación no leía bien las miradas de todos los que me han acompañado. Perdón. Sé que me he ido a sitios extraños y os ha costado mucho esfuerzo acompañarme. Algo me arrastraba a intentar descubrir un ámbito nuevo y en el intento me ha parecido entender que los lugares nuevos del teatro más que descubrirse se inventan. Supongo que por eso todo es tan difícil. Puede que nos haya ocurrido lo mismo que a nuestra protagonista y andemos cegados por la luz que alumbra esta región, acostumbrados como estábamos a las sombras. Pero esto me resulta tan pretencioso que no puede ser verdad. Quizá este aturdimiento o esta sensación de vacío sólo sea el estado natural que sucede a un periodo de obsesión colectiva en la creación de un espectáculo teatral.