Cuando éramos jóvenes, en los inicios de la transición democrática española, era muy recurrente la referencia a los 40 años de opresión del régimen franquista. Esa cifra en nuestro imaginario abarcaba la vida entera de nuestros padres y abuelos, antes de eso fue la Guerra Civil, de la que no se nos hablaba a los niños. Cuando pudimos ver la imagen de la Pasionaria en televisión se desencadenó una incontenible curiosidad por ella . De aquella turbación nació años después nuestro espectáculo. El que lleva su nombre.
Pasionaria fue un espectáculo que, extrañamente, renovó en nosotros la mirada hacia un tiempo que sentíamos ajeno, por efecto del silencio obligado de los que nos criaron y educaron. A lo largo de su creación, y especialmente, en las muchas representaciones que hicimos, pudimos sentir aún viva la tensión de las ideas, el dolor por las víctimas y la rotura afectiva. Se nos hizo propio aquel amontonamiento y nuestro corazón cambió. Descubrimos los efectos impredecibles de la curiosidad verdadera.
Estos nuevos 40 años libres del dictador, ya son del todo nuestros y se han podido engarzar mejor con aquellos otros 40 anteriores gracias también al teatro. Un teatro que quiere también encarnarse en las personas zarandeadas por creencias e ideologías. Un teatro conectado con el pasado y sensible al presente. Un presente en el que el uso de las ideas para la confrontación sigue siendo la argucia más común de los políticos.