Esta compañía madrileña de teatro, cuyos cuatro componentes no alcanzan aún la treintena, ha tenido la feliz idea de reelaborar un montaje de creación propia que ya tuvo su recorrido la pasada temporada, en una nueva propuesta, encarnada por cuatro niños que les suplantan en escena. Este detalle convierte la pieza en un verdadero generador de imágenes y sugestiones insólitas que remueven en nuestro interior el tiempo vivido y el que nos aguarda a continuación. Los niños, convertidos en intérpretes de una imposible perfección no dejan de conmovernos ni un solo segundo. Sentado en la cavea del Teatro Romano de Sagunto, una de esas noches estrelladas de agosto, pude reconciliarme con este Festival, con el que me enfadé mucho el año pasado por entender que se estaba desvirtuando su esencia y su significación de manera casi ofensiva, teniendo en cuenta lo que debiera suponer para los valencianos un teatro con casi dos mil años de antigüedad. Tuve la sensación de que este magnífico espacio y los espíritus que lo habitan son inasequibles a la ignorancia de sus responsables “políticos”ya que en aquel sitio se siguen sintiendo cosas inexplicables que no ocurren en ningún otro escenario que yo conozca.
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