Después de los desajustes de horarios en los aviones del día anterior, nos sorprendió la puntual llegada al aeropuerto de Larnaca y sin faltas en el equipaje. Ya podíamos respirar tranquilos, los días críticos en los que se amontonaron nueve vuelos internacionales prácticamente seguiditos, habían sido felizmente superados. Eso si, Merce, José Ridriguez y yo mismo estábamos hechos una piltrafucha teatrera internacional. Intentamos disimular al llegar al restaurante en Chipre en el que estaba comiendo el equipo del festival y creo que verdaderamente lo conseguimos gracias principalmente a unas cervezas extragigantes que tienen por costumbre servir en los restaurantes de esta isla. El día siguiente comenzó con un madrugón para poder estar listos a las 9 de la mañana, hora de la primera de las tres funciones que hicimos en un teatro novísimo idéntico a los muchos que se han construido por aquí en los últimos años. Las tres representaciones fueron un éxito, nos verían en total casi mil espectadores así es que la sensación de haber trabajado de lo lindo se acumuló a la de haber viajado de lo lindo y nos sentimos extenuados además de satisfechos. Y como a quien madruga… aún nos dio tiempo de ir en taxi por la tarde a Nicosia, tomarnos un café frappé y pasear por la zona antigua de la ciudad para lo cual tuvimos que atravesar una frontera de la Señorita Pepis en la que nos sellaron el pasaporte. Chipre tiene una zona tomada militarmente por los turcos como consecuencia de los históricos conflictos que dividen las dos comunidades chipriotas; la turca y la griega. Es un lío sociopolítico que no sé explicar pero, en todo caso, se trata de una sociedad divida y por momentos crees que estás en Turquía y otras veces te parece estar en Grecia, Tel-Aviv o el Líbano. Eso si, mucha zona residencial y muchos banqueros, parece ser que se trata de un paraíso fiscal. Imaginaros si dieron de si tres medios días. Juanjo, el director del Festival, lo tenía todo controlado al milímetro y nos atendió con mucha amistad y ello también contribuyó a que le sacáramos tanto partido al corto viaje. Merce se quemó una mano intentando prepararse un café con leche en la jarra-calentador de la habitación, José agoto las existencias del Frenadol de las farmacias Chipriotas y yo me gasté un dineral en calzoncillos en la duty free del aeropuerto al haberme quedado sin repuestos por los avatares viajeros de las últimas semanas. Dura vida la del titiritero ambulante.