Contemplo el estante lleno de libros que tengo siempre a mi espalda. Me giro y ahí está la memoria, guardada, comprimida, compartimentada en libros encajados unos en otros. Me detengo en uno que lleva la palabra MOMA escrita en el lomo y veo que en la tapa figura Carles Alfaro, al parecer como autor de la obra. En las primeras páginas veo la foto en blanco y negro de una actriz encaramada a una nevera vieja, creo que es Empar Canet… Pep Ricart, Paco Zarzoso, Cristina García, Amparo Sanjuán. Basted fue el primer espectáculo que vi de este grupo comandado por Carles en su nuevo espacio de la calle Platero Suarez y allí estaba vibrando en el asiento de una silla dispar y antigua… Allí estaba ese estremecimiento inconfundible. Mi relación con Carles Alfaro, de alguna manera, comenzó aquel día, aunque se concretara bastante tiempo después al ofrecerle la dirección de Quijote y aceptar él, con cierta vacilación, el ofrecimiento. Luego fui yo el que colaboré en su compañía al hacerme cargo de la creación de la escenografía de su montaje Càndid y desde entonces, especialmente a un nivel más intelectual, la figuara de Carles ha supuesto para mí un estímulo constante para la reflexión teatral; por sus espectaculos, por su amistad, por las colaboraciones profesionales, pero muy especialmente, por el efecto de su compleja personalidad en mi pensamiento y mi sensibilidad.
El aprendizaje, en este raro trabajo, muchas veces brota de la amistad con tus compañeros de oficio, más que del impacto de las obras de los grandes creadores. Además de Carles, siento que otras muchas personas han contribuido a mi transformación desde la amistad y el afecto:
La importancia de la dicción y la última onda que emite una palabra en escena gracias a Gemma Miralles. La consciencia corporal y la naturalidad del movimiento expresivo gracias a Cristina Andreu y Alicia Cubells. El valor sensitivo y emocional de la música escénica gracias a Joan Cerveró. El valor del conocimiento, la calidad humana y el rigor intelectual gracias a Enric Benavent. La sencilla alegría y el amor a un sueño de Lorena López. La inmensidad del piano como instrumento musical y caja de emociones gracias a Juanjo Ochoa. La responsabilidad máxima y el sentido de oficio gracias a Adriana Ozores. La beligerancia social y personal además de la lucha por la igualdad desde el teatro gracias a Patricia Pardo. La genuina bondad gracias a Àlex, Joan, Jesús i Pau de Pont Flotant. La perseverancia, el respeto y el sentido de la colaboración y la solidaridad gracias a Xavier Puchades. La constancia y la diligencia gracias a Ester Alabor… Es muy grato pensar en todos estos nombres sintiendo que forman parte de mi desde el teatro. Y quiero decir que son muchos más pero quisiera que este escribir se prolongara lo suficiente para poder dibujar la puerta de entrada adecuada para todos y cada uno de los que me han conformado y siguen en mí.