Quiero referirme al lugar desde dónde practico y comprendo este oficio mío: la compañía. Desde el principio me he sentido acogido en un grupo de acción más o menos cohesionado, más o menos afinado… pero siempre entusiasta, laborioso y comprometido. Aún escogiendo la volatil responsabilidad, dentro del equipo, de capturar y compartir el desasosiego artístico para transformarlo en objetivos tangibles de trabajo común nunca he perdido el sentimiento profundo de acompañar y estar acompañado . Pero, eso sí, asumiendo, por contraste, el grado de soledad que acompaña siempre al conductor, e intentando combatirlo, sin demasiado éxito, por cierto.
Puede que el paisaje sea el mismo para todos los que emprenden juntos el viaje pero se ve muy distinto dependiendo del sitio que ocupas en el vehículo. Y si en vez de de seducir a otros para que te sigan, o dejarte seducir, te lanzas a la aventura solo y a pie, como les ocurre a tantos en este lugar -ya sea por propia elección o porque no les ha quedado tro demedio- el viaje pronto de convierte en una carrera de obstáculos.
Un actor pegado a su teléfono esperando una oferta de trabajo, un director independiente ofreciendo un proyecto a quien lo pueda producir, un escenógrafo promocionando sus servicios, un músico de escena ante un encargo, un programador en su teatro medio vacío, un funcionario redactando una ley de ayudas al sector, un crítico añorando aquel tiempo en el que su trabajo se remuneraba, un dramaturgo en su gabinete abandonado por la inspiración, un director general enfrente de los intereses de un lobby, un estudiante de arte dramático con una crisis de vocación, un profesor de arte dramático con depresión, un titiritero sin carnet de conducir, un iluminador, un regidor, un técnico… Y así podría seguir hasta llegar a más de mil. Porque más de mil han de ser los miradores que dan al teatro valenciano. Bueno es saber dónde está el tuyo y que es lo que cae delante y lo que se esconde detrás.
Hace unos años empece a comprender que mi propia compañía se había independizado de mí y que su caracter y su itinerario no coincidían exactamente con los míos. Esta discrepancia la percibí a través de terceros ya que comencé a interceptar valoraciones sobre nuestro trabajo que descalificaban ciertas bifurcaciones artísticas que habíamos emprendido considerándolas extraviadas o ajenas a nuestra línea. Esto, inicialmente, generó rechazo en mí porque llevo mal todo lo que suponga poner puertas al campo. Pero, al poco, se invirtió mi apreciación, al comprender que era más productiva y enriquecedora esta concepción distante de nuestro útil artístico, ya que me permitía interactuar como si de otro ser se tratara, generando así un mayor respeto a lo ya hecho y poniendo en valor la imagen asumida por todos aquellos que nos habían estado mirando desde el principio. Fue un clic. A partir de ese momento me ha parecido ser más consciente de la recepción que nuestro entorno cercano tiene de nuestro trabajo y deduzco que esa consciencia ha tenido un efecto real en nuestras creaciones.
Pienso. Y después de pensar constato que sí, lo ha tenido y lo tiene, pero siento que más que considerar la visión ajena de la compañía para buscar el reconocimiento o la admiración (que también) se trararía, más finamente, de pinchar al otro para jugar con el prejuicio en un sentido más irónico. Y esto, conste, es la proyección de un rasgo de mi caracter.