Una de mis obsesiones, creo que coincidente con todos los que comparto sincronía temporal, es la comprensión de lo que soy. Por alguna razón desconocida tengo consciencia sobre mi ser, esta habilidad -tan exclusiva de los humanos- me empuja a hacerme constantemente preguntas que me ayuden a encontrarle sentido a la existencia. Parece ser que la vida no tiene sentido, al menos de un modo absoluto o universal. Pero mientras seamos nosotros los únicos en tener esta necesidad y la consiguiente desazón que provoca supongo que se trata de ir elaborando entre todos una respuesta que nos satisfaga y tranquilice. Quiero decir que una supuesta teoría que diera sentido a nuestro ser no ha de convencer a los habitantes de Saturno, porque no existen, ni siquiera debe integrar a Dios, porque tampoco existe (perdón por este ataque de soberbia cognitiva). Tradicionalmente se nos han ofrecido opciones sencillas de trascendencia muy ligadas a la religión y a sus trampas. Parece ser que estamos entrando en otro tiempo en el que han perdido crédito las opciones inspiradas en la fe. La imposibilidad de asumir creencias reñidas con la razón ha propiciado que la ciencia y la filosofía hayan recobrado la importancia que en otro tiempo tuviero como instrumentos para poder comprender al hombre en su mundo y al mundo que padece al hombre.
Pienso en LA DONA IRREAL como un barquito fabricado con una hoja de papel en la que hemos escrito un poema. Yo quería que este barco navegara impulsado por la brisa que provocan estas ideas con la esperanza de que lo llevaran lejos, hasta las estrellas. Esas estrellas que se reflejan en el agua al llegar la noche.