He estado unos días por Madrid. Ya sabéis… llamémosle oportuna ventilación, que hay que agradecerle a la escasez de trabajo efectivo. He ido al cine, al teatro, al Thyssen, al Reina Sofía, al Retiro, al … (ejem, éste me lo callo para hacerme el enigmático guay y no explicitar calaverismos disolutorios que se pueden malinterpretar) Ya os iré contando, empecé por la Abadía; este teatro me pierde, me subyuga ese elitismo impúdico, me fascina tanta sofisticación, tanta finura. Es, a gran distancia de cualquier otro tenderete teatral, lo más IN, lo más COOL y lo más de lo más Bruno Lomas. Yo me presenté allí, con esa naturalidad pueblerina que me es propia, una hora antes de la función a comprar la entrada y claro… No es que no hubiera entrada para ese día es que no la había para ninguno. En cartel: VERANEANTES (Texto de Miguel de Arco inspirado en la obra de Gorki) Fue cuestión de segundos que se me activara el resorte de teatrero buscavidas y repasé la ficha artística y técnica por ver si había algún conocido… Bingo! El iluminador es Juanjo Llorens (nos hizo las luces de UBÚ) y tengo su teléfono en la agenda, pulso, saludo y en la conversación me cuenta un montón de novedades, la más llamativa; que le han dado el premio MAX de este año a la mejor iluminación ¡toma castaña!. Hablará con el productor a ver que hay. Me llama unos minutos después y no hay entradas para nadie, ni siquiera para no se que ilustre persona que antes que yo había solicitado el privilegio. Juanjo Llorens me dice, como zorro viejo que es, que llegados a este extremo solo me queda una remotísima posibilidad: GLORIA, la jefa de sala. ¡Claro! La última vez que fui a ver El Arte de la Comedia ya fue ella la que me consiguió el asiento… Miro a la taquillera y allí esta, a su lado. Me presento como hago siempre con ella: -soy Jaume de Valencia. Aquellos que hicimos el Quijote con títeres unas navidades. Me sonríe y sale a hablar conmigo. -No te preocupes que creo que te lo puedo arreglar. Bieeeeeen! Admiro a esta mujer más que a José Luis Gómez y eso que admiro bastante al sr. director de este templo (literalmente hablando).
La obra es brutal, una barbaridad. Me tuvo fascinado las dos horas y media. Los actores conseguían mantener una compleja y permanente tensión entre todo lo que confluía en escena; lo visible, y sobre todo, lo subterráneo. Una verbalidad portentosa que estiraba hasta el límite de la ruptura las entrañas de los personajes. Un teatro desenvuelto y verdadero que hace del actor, su voz y su cuerpo, el vehículo perfecto para intensificar de tal modo la vivencia del presente que esta sensación se come sin darte cuenta todas las distancias y prevenciones de la inteligencia. Te tienen tan agarrado que lo poco que hay al margen de ellos te sobra, en particular esa escenografía con pretensiones minimalistas que afea las acciones de los actores mientras la transforman. En fin, que la recomiendo con todo el fervor aunque no haya entradas, supongo que se repondrá. ¡Viva el desparpajo! Este Miguel de Arco cuando pone en marcha el remolino te arrastra hasta el borde del agujero, eso si, no sientes el peligro real del salto, y esto, a veces, casi mola más… ¿No?
Por cierto, las luces de Juanjo, como siempre, envolventes, brillántes y precisas.