Ya que voy a Madrid podría aprovechar para ver alguna función de teatro. Puede que aún se esté representando el Tío Vania de Chéjov que ha dirigido Alfaro para el Centro Dramático Nacional. Miro en Internet y sí… pero están agotadas las localidades. Le envío un sms a Enric Benavent con la esperanza de que me pueda conseguir una entrada para dentro de unas horas. Al momento me llama emplazándome en la puerta del teatro media hora antes de la representación con la intención de aprovechar las ausencias de última hora que dejan butacas libres. Ya frente al teatro, mientras espero sale Rafa, el ayudante de dirección, con un pequeño sobre que guarda una entrada a mi nombre, un libro lleno de fotos del montaje que contiene la brillante versión de Rodolf Sirera y una amable sonrisa de parte de Salva Volta, que parece ser que ha sido finalmente el gestor de ambos presentes. ¡Qué buen rollo!
Paso y me siento en mi localidad y al leer el nombre de Rodolf en el programa de mano me sobreviene un recuerdo de este mismo sitio, casi la misma butaca, hace muchos años, con mi hermano Josep viendo a José María Rodero interpretando la obra más emblemática de nuestro autor; El Veneno del Teatro. Le envío un mensaje a Juan: “La mafia valenciana me ha colado en el María Guerrero”. La función empieza desapercibidamente, algunos espectadores cambian de butaca y al hacerlo se oye un ruido molesto, instantáneamente la gente reclama silencio, no para poder oír a los actores que aún no habían empezado a hablar sino para que el silencio existiera como tal justo en el momento en el que el acto mágico de la representación comienza. Este gesto del público madrileño me emociona. Siempre he pensado que esta ciudad aprecia el teatro como ninguna otra. La obra tiene una gran calidad en todos los sentidos aunque esperaba una puesta en escena menos convencional, más transgresora. Hacía mucho tiempo que no veía un montaje de Alfaro, deduzco que es el efecto de trabajar en proyectos institucionales de grandes presupuestos y alta exposición a la crítica de todo tipo. Bueno… Seguro que también se esperaba de mí que fuera más trasgresor en el Ubú (Pienso). Disfruto viendo la obra, no hay ni una palabra, ni un gesto disonante… Todos los actores se miran y se escuchan con intensidad. Me asalta ese sentimiento primario de orgullo por la gente de mi tierra y mi entorno profesional, gente con la que he colaborado en algún momento y que ahora son los artífices de un gran espectáculo en uno de los escenarios más importantes del país. Al acabar la obra acompaño a Enric a tomar una cerveza con parte de la compañía. Me cuenta algunas vivencias del proceso: las turbulencias emocionales por la reciente muerte de su padre que, de algún modo, han acabado en el espíritu de Vania -al haber pasado yo por esta experiencia hace poco más de un año entiendo exactamente lo que me quiere decir-, la sensación de estar posado en alguna cima y de la necesidad de resguardarse del viento y el frío, del sentimiento de amistad que ha surgido en la compañía… Me presenta a los actores y me siento un poco cohibido, sobre todo con Emma Suárez por estar sentado justo a su lado sin que nadie se ofrezca a hacer de mediador. Hablo con Francesc Orella del plante que le hicimos hace algunos años a Gallardón con motivo del No a la guerra en una ceremonia de los premios Max, él estaba haciendo por aquel entonces “La Caiguda”. También hablo con Malena Alterio de títeres ya que Enric me presenta como titiritero, esta chica me resulta muy atenta y agradable, siempre te sonríe y te mira a los ojos mientras habla contigo… Cuando ellos empiezan a cenar yo ya me despido con una enhorabuena general que confío en que resultara sincera porque realmente lo era. Ya en la calle me siento muy afortunado por los amigos y las experiencias que este oficio me proporciona. Gràcies Enric.