Esta es la segunda vez que viajo a Ankara este año. Me estrené con los “krafts” hace unos meses y es curioso descubrir como una misma ciudad puede ser tan diferente sólo por el hecho de compartirla con otros. Como David y Ángel han prometido “cubrir” la experiencia con un post propio prefiero que sean ellos quienes ofrezcan su mirada más “virgen”. Así que me centraré en cómo aquí Angeles, mujer, occidental independiente-autosuficiente y tour manager que ejerce de algo parecido a “jefa” en las giras (aunque la realidad es que cualquier decisión se toma por mayoría democrática), sentí en un país en el que por televisión pixelan el trozo de imagen en el que se pueda ver a una mujer fumando. En general trato de ser bastante respetuosa con las culturas de aquellos países que visitamos, incluso en aquellos en los que es totalmente opuesta a la mía. En Pakistán haciendo cola para entrar al baño tuve que aguantar que las mismas mujeres me llamaran puta y, aún así, tan sólo les pedí que me trataran con el mismo respeto que yo demostraba hacia ellas a pesar de lo que pudiera pensar.
Esta vez, y a pesar de intentar que no me afectara y no responder ante ello, me he vuelto a sentir agredida. Supongo que es la respuesta natural a la “agresión” que yo, por el solo hecho de ser mujer “liberada” puedo provocar en algunos. No me sentí mal por obligarnos a cenar separados del resto del bar, en el piso de arriba, donde otra mujer cenaba completamente sola. Lo entiendo. Lo acepto. Es la mirada que acompaña el gesto. El desprecio. No me conocen. No se puede despreciar lo que no conoces. No es justo. Cenamos rápido y, con rabia acumulada, pagué yo la cena. La mía y la de los 2 “hombres” que me acompañaban. Otra vez la mirada del camarero. Y la de los demás hombres al bajar. Ahí me salió la vena chula, desafiante, segura de mí misma. Y ni Norma Duval bajando las escaleras del Moulin Rouge en sus mejores tiempos! Supongo que por eso 5 minutos después terminamos en un bar de putas, tomando una cerveza, confraternizando con el gerente y esta vez siendo yo la que protegía a mis hombres del posible acoso de las carnosas y voluptuosas turcas que miraban con ojillos deseosos a, lo juro!, lo más apetecible del local.
Y por último la desesperación de enfrentarse, ya profesionalmente y durante el montaje del espectáculo, a un equipo (todo hombres, of course) que con la excusa del idioma prefiere no entender, con la excusa del “no sabíamos” prefiere discutir y con la excusa de “ah, no es mi responsabilidad” no toma decisiones. Así que al grito de “No sound, no show!” y ayudada por Pilin (la fantástica mujercita que sólo por el hecho de hablar inglés se comió todo el marrón) la hasta entonces negociación se convirtió en la exigencia más absoluta y dictatorial. Aquí he de decir que no estoy segura de si ser mujer condicionó o no el proceso. Sólo sé que hasta que no saqué mi lado más masculino (dícese agresivo-exigente) nadie reaccionó. O igual ya tengo la mirada muy condicionada.
Finalmente, y como casi siempre, todo terminó bien, con el público emocionado (casi 1.000 personas!) y todos contentos. Sobre todo, no me cansaré nunca de repetirlo, por la increíble entrega de David y Fígols y la capacidad de hacer su trabajo de forma magnífica a pesar de las dificultades con las que, lamentablemente, se encuentran algunas veces. Sorry amigus!
Ah, también he de señalar que esa misma noche me reconcilié con los hombres turcos. Gracias a uno muy guapo. Que también lo son… Y mucho.