Habíamos quedado a las nueve de la mañana en la recepción del hotel para emprender camino hacia esta localidad cercana a Boston. Puntualmente vinieron a por nosotros y emprendimos el camino. El tiempo había cambiado radicalmente con respecto a los días anteriores, la temperatura había ascendido unos 10 grados y llovía a cántaros. Carlos, el cónsul, conducía la furgoneta al tiempo que nos iba explicando interesantes cosas sobre los sitios que íbamos atravesando. Era una zona boscosa sembrada de grades casas de madera de las que podría salir Olivia de Havilland toda decimonónica y estupenda sin desentonar lo más mínimo. El cónsul nos hablaba de que en los municipios de esta comarca se le da mucha importancia al poder municipal ya que esta zona fue la primera a la que llegaron los colonos ingleses. El colegio al que íbamos a actuar, por ejemplo, dependía del municipio. También nos hablaba de la manía de los ricos bostonianos por disimular su riqueza, sobre todo en el vestir, te los ves todos zarrapastrosos sentarse al volante de un… Aquí me falla la memoria, para mi es lo mismo un Honda o un Renault que un Lamborghini así es que imaginaos un coche ultracarísimo. De los ricos bostonianos también nos dijo que cierran sus casas en invierno y se van a pasarlo en Miami, así es que nos los vamos a encontrar a todos ahora cuando vayamos por allí. Que si ya quedan pocas granjas por aquí, que si las franquicias y la proliferación de los pequeños centros comerciales ha ido uniformizando la región, que si que absurdos son los americanos para algunas cosas que dejan siempre y en todas las vías girar a la izquierda. Àngeles toda ella hecha una suecan charming exponiendo sus elaboradas teorías sobre el mercado americano … Y llegamos a nuestro destino: un colegio que desde fuera se parecía bastante a cualquier instituto de los nuestros.
Desde fuera, porque desde dentro ya no era lo mismo. Era un centro bilingüe en el que se dan muchas clases en español y no porque haya alumnado hispano, que no lo había, sino porque es su opción educativa. Por lo demás todo eran chavales hablando inglés que parecían haberse caído de alguna teleserie. La sensación de siempre; todo te resulta extrañamente familiar, jamás habíamos estado en un colegio en Estados Unidos y nada más entrar es como si tú mismo hubieras estudiado allí, de tan vivido que lo tienes. En la pantalla claro.
La función fue como una seda y lo que más nos extraña (aunque, la verdad, ya nos estamos acostumbrando) es la reacción del público. Los chicos están asombrosamente callados todo el tiempo y cuando les miras desde el escenario te los ves muy concentrados y respetuosos, atentos a todos los detalles. Al final casi que ni aplauden.
Mientras desmontábamos le solté un pequeño sermón a Josep sobre la gestión de los nervios en escena (no voy a ser tan pesado como para repetir aquí la perorata) y en un momentito ya estábamos otra vez en la furgoneta del cónsul de vuelta al hotel. A mitad del camino paramos a comer en un turco. Mientras nos atiborrábamos de unos platos copiosísimos continuamos hablando del tabaco, de la edad, de la posibilidad de volver el año que viene… Josep intentó colar alguno de sus chistes, Ángeles repitió sus experimentos con el café (ahora ha inventado una modalidad de fabricar tres pidiendo sólo dos), Merce apostillaba alguna cosilla de vez en cuando y yo me puse a explicar la historia de Bambalina en versión abreviada para no duchos en titiretismo y demás rarezas inherentes a la práctica internacional de este oficio nuestro.
Vaya, si ya estamos en el hotel y ha parado de llover. Todos a internet a mantener el nivel de comunicación bien alto.
Quin diari de viatge ‘bolero’ més xulo, Jaume. I quina enveja ens feu…
Besets des de la terreta a tots els bambalinos!